Lo que más me gusta del verano es poder volver a casa y sentir que el tiempo no pasa.
Volver a la misma casa de la que salía cada mañana para ir al colegio, con mi mochila, mis ilusiones y mis amigas.
Volver a casa y retomar esas llamadas (ahora también whatsups) diciendo, te paso a buscar, o nos vemos en el buzón, o en la plaza de la iglesia a las nueve y ya vemos dónde cenamos.
Encontrar a esas amigas con las que creciste y a las que aunque lleves meses sin ver, empiezas como si nada con un Como decíamos ayer al más puro estilo Fray Luis de León.
Compartimos los caminos escogidos, más cercanos o más lejanos, en el mismo rincón de la misma playa.
Una de estas tardes, mi amiga Lourdes me regaló esta historia.
Ella no escogió el camino fácil. Ella tuvo el valor de poner encima lo que de verdad importa. No tuvo miedo de dejar atrás tantas cosas. Y ahora, ha abierto un camino, en su Isla, para los suyos, y en Senegal, con su nueva familia.
En un pequeño pueblo, cerca de NIORO, en Senegal, Lourdes ha sembrado muchas semillas, germinadas hoy en forma de trigo, de amistad, de aprendizaje, de solidaridad y de vida.
Aquí está su recuerdo del día en el que la hicieron madrina.
«No tengo tiempo ni para desayunar, cuando salgo de la tienda con algo de leche y azúcar Ansetou nos viene a avisar de que ya le van a cortar el pelo al bebé.
Ya estaban algunas mujeres allí y otras van entrando poco a poco. Estamos en la habitación de la abuela Awa, donde dos camas sirven de asiento para ver como Mamadou, el hermano mayor del padre de la niña, le corta el pelo con una cuchilla. En un cuenco hay mijo, cola y unas hierbas.
Fuera de la habitación está el grupo de hombres: familiares, amigos cercanos y el imán de la mezquita. Mamadou, es el único hombre que está dentro.
Cuando terminan de cortarle el pelo, para poner el nombre a la niña, matan a un animal, en este caso a una cabra.
Hacen un agujero en la arena, donde cae la sangre del animal tras cortarle el cuello, mientras dicen diferentes palabras deseando una vida próspera para la pequeña.
El padre dice que la niña se llama Fatou Ba. Uno de los hombres se asoma a la habitación para comunicarlo al grupo de mujeres que entre palmas cantan y gritan “Fatou Ba dañi tocora”, Fatou Ba tiene su ahijada.
La niña pasa a tener ni nombre y entre ella y yo siempre habrá un vínculo especial (podría ser como el de los padrinos en España). Se reparten galletas y cola a todos y todas los asistentes, la cola se utiliza en todos los momentos importantes como compromisos matrimoniales y bautismos.
Algunos de los hombres, los que tienen mayor influencia en cuestiones religiosas, entran para desearle una buena vida a la pequeña. El que dice la palabras coge al bebe y lo acerca a su pecho y luego a su cara.
Cuando salen los hombres, Ndeye coge a la niña y mientras dice algunas cosas trae a la niña hacia su pecho y luego estira los brazos para separarla, mientras la madre de la niña acerca sus manos vacías a su pecho y las separa, como en un arrullo.
Pronto llegan mujeres del pueblo con baldes de agua para regalar a la madre de la niña. No son las mujeres de la familia quienes asisten al acto y pronto empiezan con los preparativos del almuerzo, sino conocidas y amigas del pueblo a las que Ramata para su boda o para los bautizos de sus hijos también les llevó agua. Se asoman a la habitación para comentar que a la niña le han puesto de nombre Fatou Ba.
Poco a poco todo el mundo se va y vuelven a sus labores diarias, menos las familiares y amigas más cercanas que empiezan con los preparativos del almuerzo. Cada uno aporta lo que puede: arroz, cebollas, aceite y otros alimentos que, junto con la cabra, serán los ingredientes para ofrecer la comida a los más cercanos.
En un gran caldero cocinan más de 20 kilos de arroz que reparten en grandes boles que luego llevan a las casas de las familias vecinas como invitación. Sólo los miembros de la casa y los que han venido de otros pueblos comen en casa de Ramata.
Por la tarde, tiene lugar la Asociación, las mujeres con niños pequeños primero y, como al cabo de una hora, otros niños grandes con sus hermanos pequeños que se han despertado de la siesta, se reúnen solicitando a sus madres, o más bien, la leche de sus madres.
En Senegal, lo primero, siempre es lo primero.»
Lourdes Vizcaíno.
Con todo mi cariño, para Mariama.
Hasta la próxima,
Ayarí.