Lo que más me gusta del verano es poder volver a casa y sentir que el tiempo no pasa.
Volver a la misma casa de la que salía cada mañana para ir al colegio, con mi mochila, mis ilusiones y mis amigas.
Volver a casa y retomar esas llamadas (ahora también whatsups) diciendo, te paso a buscar, o nos vemos en el buzón, o en la plaza de la iglesia a las nueve y ya vemos dónde cenamos.
Encontrar a esas amigas con las que creciste y a las que aunque lleves meses sin ver, empiezas como si nada con un Como decíamos ayer al más puro estilo Fray Luis de León.
Compartimos los caminos escogidos, más cercanos o más lejanos, en el mismo rincón de la misma playa.
Una de estas tardes, mi amiga Lourdes me regaló esta historia.
Ella no escogió el camino fácil. Ella tuvo el valor de poner encima lo que de verdad importa. No tuvo miedo de dejar atrás tantas cosas. Y ahora, ha abierto un camino, en su Isla, para los suyos, y en Senegal, con su nueva familia.
En un pequeño pueblo, cerca de NIORO, en Senegal, Lourdes ha sembrado muchas semillas, germinadas hoy en forma de trigo, de amistad, de aprendizaje, de solidaridad y de vida.
Aquí está su recuerdo del día en el que la hicieron madrina.
«No tengo tiempo ni para desayunar, cuando salgo de la tienda con algo de leche y azúcar Ansetou nos viene a avisar de que ya le van a cortar el pelo al bebé.
Ya estaban algunas mujeres allí y otras van entrando poco a poco. Estamos en la habitación de la abuela Awa, donde dos camas sirven de asiento para ver como Mamadou, el hermano mayor del padre de la niña, le corta el pelo con una cuchilla. En un cuenco hay mijo, cola y unas hierbas.